En nuestros tiempos, bañarse es una actividad tan cotidiana que prácticamente todos lo hacemos diariamente. No sólo nos preocupa nuestro aspecto y el olor que despedimos cuando sudamos, sino nuestra salud. Sabemos que al bañarnos eliminamos temporalmente de nuestra piel un número enorme de microorganismos que pueden causar enfermedades.
Pero no siempre fue así. El hombre antiguo, y mucho más el primitivo carecían de una cultura del baño. Todos íbamos por el mundo acumulando olores desagradables que en aquellas épocas, sin embargo, no resultaban tan molestos. Digamos que es una cuestión de costumbre. Si todo mundo olía siempre mal, pues nadie lo percibía.
Pero con el florecimiento de la civilización comenzó también la preocupación por la higiene personal. Los sumerios, tres mil años antes de Cristo, ya conocían el jabón, que obtenían mezclando aceites vegetales y animales con cenizas y ceras. La misma fórmula sirvió a los egipcios y posteriormente a los griegos y romanos.
Fueron éstos quienes desarrollaron el primer sistema sofisticado de baño. Los famosos baños romanos han fascinado a los historiadores por su complejidad tecnológica tanto como por su función social. Los baños eran centros de reunión de las élites. Los señores acudían a estos recintos, que se alimentaban gracias a los acueductos, acompañados de sus esclavos. Usaban jabón y agua caliente, como nosotros, pero ellos pasaban varias horas al día en estos complejos que incluían instalaciones deportivas.
Los romanos corrían, levantaban pesas y luchaban para ejercitarse. Después se bañaban durante horas mientras conversaban. La gran importancia concedida al baño durante ese periodo de la humanidad nunca se repitió. De hecho, durante la Edad Media las sanas costumbres higiénicas de los romanos desaparecieron casi por completo.
El perfume, que ya habían inventado los sumerios, llegó a Europa durante la Edad Media. Lo llevaron los árabes, que hasta entonces poseían la tecnología más sofisticada para elaborarlo.
Durante el Renacimiento, los hábitos de higiene no mejoraron mucho en Europa, pero el perfume cobró gran popularidad entre todas las clases. La gente no solía bañarse muy seguido, pero usaba perfume para mitigar los efectos de la acumulación de sudor y mugre en el cuerpo.
Los productos de limpieza han acompañado al hombre desde el inicio de los tiempos, pero nunca como hoy habíamos tenido tanta consciencia de lo importante que es conservar la higiene corporal. Y si bien es cierto que el olor natural que expedimos al sudar puede resultar sexualmente atractivo si es sutil, pocos pueden tolerar ese olor cuando está concentrado.
Pocas cosas refrescan tanto el cuerpo y la mente como un baño caliente, seguido de la aplicación de la loción y el desodorante. El problema que enfrentarán los hombres del futuro cercano será, paradójicamente, la falta de agua.
Por fortuna, la consciencia ecológica también ha evolucionado junto con los hábitos higiénicos, de forma que hoy en día ya existen productos de limpieza más amigables con el ambiente. Si seguimos el rumbo correcto, las generaciones venideras podrán seguir disfrutando de largos baños de agua caliente.
¿Y ustedes qué piensan? ¿El baño es importante? ¿Se imaginan compartiendo el baño con sus amigos mientras discuten de política o de futbol? Dejen aquí sus comentarios.