Imagina que eres un ejecutivo y que tienes una oficina hermosa en uno de los niveles más elevados de una torre corporativa. Tu primer día de trabajo es espléndido: tienes la posición que siempre soñaste y, encima, puedes ver la ciudad en todo su esplendor a través de la gran ventana de tu oficina soñada.
Ahora piensa que ya pasaron tres meses y la situación ha variado ligeramente: en tu escritorio hay una pira de papeles que tienes que revisar; tu correo electrónico te avisa cada 3 segundos que has recibido un nuevo mensaje de tu jefe o de tus subalternos; el teléfono de tu oficina repica, en promedio, 189 veces al día… y hace mucho que no tienes tiempo ni de voltear hacia la ventana para ver la ciudad.
Si hiciste el ejercicio es probable que comenzaras a sentir una presión en las piernas, una especie de corriente eléctrica silenciosa que va constriñendo los músculos de tus extremidades, quizá sintieras que comenzabas a sudar, y hasta un ligero dolor de cabeza.
Pues sí, así se siente el estrés. Y mucha gente se pregunta por qué otros se someten a estilos de vida tan estresantes. Otros dudan seriamente que exista otra forma de vida, al menos en la ciudad.
La realidad es que cada vez estamos más expuestos a padecer el estrés, puesto que el estilo de vida contemporáneo se basa en una sobredemanda del individuo y sus capacidades. Los compromisos laborales, escolares, sociales y personales suelen acumularse en nuestra vida y dejarnos poco tiempo para estar relajados.
Pero, ¿por qué nos estresamos? El estrés se trata de una reacción del organismo ante lo que vivimos como una amenaza. Y es probable que se origine en la época en que teníamos que correr por nuestra vida. Me explico: cuando estamos estresados, el cerebro envía al organismo una serie de órdenes que nos ponen en alerta. Las hormonas se disparan y los músculos se tensan, la atención se incrementa y, al principio, la fatiga se disipa, permitiéndonos responder a las exigencias cotidianas. A este estado se le conoce como respuesta de lucha o huída. Es justo como quisiéramos encontrarnos si tuviéramos que salir disparados, huyendo de un tigre a mitad de la selva.
Pero en la vida cotidiana de las ciudades no hay tigres, sólo jefes gruñones y esposas demandantes. Entonces, ¿para qué nos sirve el estrés?
Pues resulta que no toda forma de estrés termina necesariamente con una enfermedad cardiovascular, insomnio o un estado de fatiga crónica.
El estrés nos puede ayudar a mantener el estado de alerta y a sentirnos motivados para enfrentar múltiples tareas. Todo es cuestión de saberlo enfrentar. De adaptarnos a las circunstancias, organizarnos y dar lo mejor de nosotros mismos para rendir en el trabajo, la escuela o el hogar.
La clave está en saber manejar los estímulos estresantes, en desmenuzar lo que nos apremia. Cuando dejamos que una serie de situaciones se nos vengan encima como una sola, perdemos la capacidad de hacerles frente. El primer paso para hacer del estrés algo bueno es separar las causas de la tensión. Luego, conviene enfrentar cada una de ellas por separado, haciéndonos las siguientes preguntas: ¿cuál es el problema? ¿Puedo resolverlo? ¿Cómo puedo resolverlo? ¿Qué tan grave sería que no pudiera resolverlo? ¿Puedo delegarlo y dejar que alguien más lo resuelva por mí?
Una vez que hemos logrado separar las condiciones estresantes y enfrentarlas de una en una, es mucho más sencillo irlas resolviendo y aligerando así la carga sobre nuestro organismo y nuestras emociones.
Entonces la tensión que acumulamos se vuelve a nuestro favor: puede ser un motor, una fuerza creativa que nos ponga en alerta y de buen humor, y listos para resolver los problemas. Si logramos darle salida a muchos asuntos en poco tiempo, seguro que nos sentiremos muy productivos, con la autoestima renovada y mucha confianza en nosotros mismos.
Si te llegas a sentir rebasado, prueba con estos consejos y cuéntame los resultados. O simplemente escribe para decirme cómo enfrentas día con día las situaciones estresantes de la vida.
Cómo hacer del estrés un aliado en tu vida
¿Por qué nos gustan las emociones fuertes?
Puse en mi reproductor de DVD una película japonesa de horror. Me la recomendó Jorge, un buen amigo del trabajo, adepto a este tipo de cine.
En menos de 20 minutos ya había saltado dos veces. Mi departamento estaba oscuro, nadie más en casa. La trama de la película era bastante estúpida, pero las secuencias de terror eran muy efectivas: mujeres con cabelleras larguísimas y ojos extraños caminaban por el techo, aparecían en segundo plano cuando la atención estaba puesta en otra parte, o bien, salían del televisor, escurriendo agua y caminando como robots, pero muy a prisa. Cuando terminó la película encendí las luces. Miré hacia todas direcciones, aseguré las puertas y las ventanas y traté, en vano, de dormir.
El estado alterado en que me encontraba poco tenía de placentero, sin embargo, al día siguiente, saliendo de la oficina, lo primero que hice fue correr al videoclub para rentar la segunda parte de la película.
Cuando estaba a punto de ponerle play, me hice una pregunta: ¿si esta película me hizo sufrir tanto, por qué quiero ver otra que seguro resultará todavía más aterradora?
Desistí por un momento y telefonee a mi amigo Jorge, básicamente para preguntarle por qué las emociones fuertes le resultaban tan atractivas.
“No lo sé, supongo que es la adrenalina”, contestó en automático. Eso me hizo recordar que Jorge es todo un experto en la materia: practica paracaidismo, le encanta asistir a peleas de box y tiene una extraña fijación por hacer “travesuras” con su novia en lugares públicos, donde sería muy fácil que los descubrieran.
Eso me llevó a preguntarme: ¿será que Jorge ha desarrollado una adicción a la adrenalina? ¿Es esto posible o es simplemente un mito urbano?
Investigando un poco, descubrí que la adrenalina es una sustancia segregada por las glándulas suprarrenales, y que en dosis importantes puede estimular el ritmo cardiaco, dilatar las pupilas, aumentar la presión arterial y hasta enviar un mensaje al cerebro para que produzca dopamina, una sustancia que, entre otras cosas, provoca una sensación placentera, como una droga. Ahí está el secreto de la supuesta adicción.
Pero ¿para qué necesitamos las emociones fuertes? Supongo que cuando el hombre primitivo tenía que matar a mano a sus presas y correr muy rápido para no convertirse en una, la adrenalina era una fuente primordial de combustible, un estímulo que nos permitía reaccionar ante situaciones extremas y ser más capaces de efectuar maniobras que de otra forma resultarían complicadísimas, como trepar a un árbol o correr 100 metros en 15 segundos.
En nuestros días, conseguir alimento es cuestión de trabajar e ir al supermercado. No tenemos que huir más que de los aburridos compromisos familiares y muy rara vez requerimos emplear la fuerza bruta.
¿Será que por eso vemos películas de terror, saltamos al vacío y apostamos en los caballos? Supongo que, de alguna manera, aún tenemos el anhelo inconsciente de sentirnos un poco más vivos, más reales y, por qué no, más en peligro. Ya con las ideas más claras, puse las palomitas en el microondas y pulsé el play en mi control remoto. Tan pronto como el primer horrendo asesinato estaba apunto de ocurrir, mi corazón se aceleró, y hubiera comenzado a sudar de no ser porque uso un muy efectivo antitranspirante. No cabe duda que la vida moderna tiene muchas ventajas.
Checa estos videos llenos de emociones fuertes: